Como lo primero es lo primero, quizás sea interesante recuperar en este blog a los maestros de los clásicos españoles.
En primer lugar, a Don Marcelino Menéndez Pelayo y su discípulo Don Ramón Menéndez Pidal. Del segundo gran filólogo, en concreto del prólogo a la edición de 1917 de su libro Antología de Prosistas Castellanos, transcribo aquí algunos párrafos de especial relevancia para todo aquel que se acerque a la lectura de libros clásicos.
Dice Menéndez Pidal:
“… Es útil la lectura de un autor antiguo, porque su pensamiento puede instruir y educar el nuestro; mas, para que esto tenga lugar, es preciso comprender sus ideas, no en lo que tienen de común a muchos tiempos, lugares y gentes, sino en aquello más escondido y particular propio de tal época, tal región o tal persona, que, comparado con lo que tenemos delante y habitualmente nos rodea, nos ayuda a apreciar mejor lo que esto tiene de bueno o de malo, de pasajero o de permanente, dando seguridad y madurez a nuestro juicio. Por esto el comentario del autor antiguo se debe fijar en lo que la obra comentada difiere más de lo actual, en lo que tiene de más peculiar, por menudo que parezca; pues sólo conseguimos comprender bien el pensamiento de un autor cuando llegamos a entender el sentido especial con que él escribió cada palabra; representándonos en nuestra imaginación lo mismo que él en la suya tenía presente al escribir; en suma, cuando reconstruímos en nuestro entendimiento las menores circunstancias particulares del tiempo y lugar en que fué escrita la obra, cuando llegamos a despertar en nosotros la impresión que los pormenores y el conjunto de la misma hicieron en los contemporáneos del autor cuando la leían.
Claro que es muy difícil siempre acercarse a este ideal (…); pero, de todos modos, es preciso que las observaciones gramaticales, retóricas y literarias que continuamente han de surgir en la lectura de los clásicos, no se descarríen por el terreno de las consideraciones abstractas y tomen un aspecto principalmente histórico.”
Y añade una importante ‘ADVERTENCIA SOBRE LA LENGUA MEDIEVAL’
“La antigua lengua castellana, aunque no difiere considerablemente del español moderno, presenta, como es de suponer, bastantes caracteres distintos. Por de pronto diremos sólo que, en cuanto a la pronunciación, la lengua antigua era más rica en sonidos que la moderna.
Distinguía una s sorda y otra sonora (con análoga diferencia que la que existe en francés entre poisson y poison); la s sorda se escribía doble entre vocales (passar, escriviesse) y sencilla cuando era inicial o iba tras consonante (señor, mensage) o delante de consonante sorda (estar, España); la s sonora se escribía sencilla entre vocales (casa, cosa).
Distinguía también la ç (o ce, ci), sorda, de la z sonora; aquélla era un sonido parecido al que hoy pronunciamos en za, ce, ci, zo, zu; y la z antigua era el mismo sonido, pero acompañado de sonoridad en las cuerdas vocales. Por la pronunciación y la ortografía se diferenciaban, por un lado: hace, haces, singular y plural del sustantivo moderno «haz», y por otra parte: haze, hazes, del verbo «hazer», moderno «hacer».
Se distinguían también la sorda x de la sonora j (con análoga diferencia a la que existe en el francés entre las iniciales de chambre y de jour). Por la pronunciación y la ortogratía se distinguían antes: rexa de ventana y reja de arado.
Se distinguían también una b oclusiva, es decir, pronunciada juntando completamente los labios, como cuando pronunciamos hoy con energía el imperativo basta, y una v meramente fricativa, pronunciada con los labios a medio cerrar solamente, como cuando hoy decimos saber, ave. La distinción existe, pues, hoy día; pero hoy la pronunciación de una u otra b no se atiene a la ortografía, ya que ésta escribe ora b ora v, según la escritura latina, sin atender a la pronunciación moderna; además la distinta pronunciación hoy depende sólo de la posición más o menos débil de la consonante (oclusiva, cuando va inicial o tras consonante: basta!, ven!, ambos, envidia; fricativa, cuando va entre vocales: la bestia, la voz, haber). Por el contrario, en la lengua antigua la pronunciación de la b o la v dependía de la etimología de la voz, y a veces entrañaba diversa significación en los vocablos: cabe, cave, de los verbos «caber» y «cavar», se distinguían antes por la pronunciación, hoy tan sólo por la ortografía; y antiguamente se escribía y se pronunciaba la v en muchos vocablos que hoy se escriben con b, como cavallo, bever, y viceversa bivir, bívora.
Si en la lectura no se acierta a producir o no se quieren hacer estas distinciones, pronuncíense la ss y la s como la s moderna; la ç y la z, como la z moderna; la x y j, como la j moderna; la b y la v, como la b moderna.”
Gracias a Menéndez Pidal, la lectura del manuscrito de Lope de Vega (ver entrada) es ahora mucho más fácil.
Seguiré recurriendo a su sabiduría para deleite de mis lecturas y de las de aquellos improbables lectores de blogs de libros clásicos españoles.