Dado el indudable interés de este libro del profesor Gustavo Bueno (España no es un mito. Madrid: Temas de Hoy, 2005) que se encuentra actualmente descatalogado, iniciamos aquí la edición digital de esta obra.
INTRODUCCIÓN
SOBRE EL «MITO DE ESPAÑA»
El título de este libro –España no es un mito– quiere indicar directamente cuál es su objetivo: enfrentarse contra todos aquellos extranjeros, pero sobre todo contra todos aquellos que tienen identidad española, es decir, Documento Nacional de Identidad (DNI), que ven a España como un mito, pero no como un mito en su sentido profundo o admirativo («el mito de los andróginos» de El Banquete platónico), sino como un mito en el sentido más vulgar y despectivo del término, que es el que recoge, como acepción 4, el Diccionario de la Real Academia Española: «Mito = persona o cosa a las que se atribuyen cualidades o excelencias que no tienen, o bien una realidad de la que carecen».
Quienes creen, o quieren creer, que España es un mito, en este sentido vulgar y despectivo, lo harán refiriéndose a uno de los dos aspectos del mito (o a los dos) contenidos en la misma definición de la Academia que acabamos de citar. Aspectos que corresponden a los dos «momentos» de la realidad que tradicionalmente se designaban como esencia (o «consistencia») y como existencia: dos momentos inseparables, pero disociables.
Quienes dicen, en el sentido vulgar y despectivo, que «España es un mito», quieren decir, ante todo, que las «cualidades» o excelencias que se atribuyen a España, y en las que «consiste», por tanto, su esencia (o consistencia), son ilusorias, fingidas, acaso fruto de la «fantasía mitopoyética» de la derecha más reaccionaria; pero también llegan a querer decir que la propia realidad de España, es decir, su misma existencia, es una ilusión, un espejismo. De un modo más rotundo: la propia realidad de España, es decir, que España no existe.
¿Y qué pueden querer decir con esta frase tan rotunda? Probablemente no pueden pretender afirmar que en la «piel de toro» no haya algo, o muchas cosas, que durante muchos siglos allí se agitan y se revuelven; porque si pretendieran tal cosa habría que considerarlos simplemente como novicios de una sofística muy propia de adolescentes que no merecería mayor atención.
Pero quienes hablan del «mito de España», refiriéndose a su existencia (el «mito de la existencia de España»), quieren decir otra cosa, con una carga política muy peligrosa (para España), y que ya no está en manos de adolescentes, sino de adultos con responsabilidad, que además pueden ser senadores, diputados del Parlamento nacional, o de Parlamentos autonómicos, consejeros o presidentes de comunidades autónomas. Y lo que quieren decir podemos entenderlo perfectamente desde nuestras propias coordenadas; y entenderlo no es compartirlo. Pero sólo podemos enfrentarnos propiamente contra las cosas de los demás que no compartimos cuando podemos entender lo que ellos dicen, aunque ellos no nos entiendan a nosotros.
En efecto, si «existir» es «coexistir», por tanto, actuar como una unidad real ante terceros y, en consecuencia, poseer una unidad interna y activa que permita esa coexistencia con los demás (ante todo, para defendernos de las maniobras depredadoras de los otros), entonces decir que «la existencia de España es un mito» (que «España no existe») es tanto como negar la unidad de España como «principio activo», reduciéndola a la condición de un «nombre» -otros preferirán decir de un «trampantojo», de una «superestructura»- con el que se cubren las verdaderas unidades existentes y actuantes en esa piel de toro, por ejemplo: Cataluña, «Euskalherría», Galicia, y acaso también Aragón, Andalucía, Asturias…
Quienes dicen «la existencia de España es un mito» están diciendo: no existe la «Nación española», no existe la «Cultura española». No existen ni ahora ni nunca, más que como ilusiones, trampantojos, superestructuras o mitos. Lo único que existe, dirán, es la Nación catalana, junto con la Nación vasca, la Nación gallega… y acaso también la Nación aragonesa o la Nación andaluza; o bien dirán: lo único que existe es la «Cultura catalana», la «Cultura vasca», la «Cultura gallega» y acaso también la «Cultura asturiana» y la «Cultura andaluza». Y todas estas cosas se dicen hoy no sólo en privado, sino también en público, en «sede municipal» y en «sede parlamentaria».
Cabe distribuir del siguiente modo los papeles de quienes dicen que «España es un mito» (en su sentido vulgar y despectivo): los papeles de quienes niegan la consistencia (o la esencia) de España fueron representados en tiempos, sobre todo, por los extranjeros que alimentaron la Leyenda Negra: Masson de Morvilliers, Montesquieu, Voltaire…; los papeles de quienes niegan la existencia de España están representados, en la actualidad, por individuos con DNI de España, que llevan apellidos tales como Pérez Rovira, Maragall, Ibarreche…
Se comprende bien que quienes ponían en entredicho la «consistencia de España» fueran sus enemigos jurados (franceses, sobre todo, pero también ingleses y holandeses), cuya enemistad constituía por sí misma un reconocimiento de la existencia de España como gran potencia, todavía en el siglo XVIII. Estos enemigos de España, no pudiendo negar su existencia, la disociaban de su esencia, y dirigían sus ataques contra ella: España era el fanatismo, la superstición, la Inquisición, el atraso científico… En cambio, los enemigos internos de España de nuestros días ya no podrán despreciar los contenidos de España, los que constituyen su consistencia, porque con ello estarían despreciando también partes suyas, la propia consistencia de Cataluña, del País Vasco, de Galicia, de Asturias o de Andalucía. Ésta sería la razón por la cual los enemigos internos de España disocian su esencia de su existencia, y afirman que «la existencia de España es un mito».
Este libro es uno más de los libros españoles de contraataque, escritos frente a los enemigos de España, los que desprecian su esencia (o consistencia) y los que llegan a poner en duda, y aun a negar, su propia existencia.
Entre quienes nos precedieron en esta acción de contraataque, todos recuerdan (para circunscribirnos a los tiempos de la Guerra Civil) a Ramiro de Maeztu, que fue fusilado por los «republicanos». Pero Ramiro de Maeztu no combatió solo. Le acompañaban otros, en la defensa de España, entre ellos el que fue presidente de la República española, Manuel Azaña, quien poco antes del 18 de julio de 1936 dice en un célebre discurso: «Os permito, tolero, admito, que no os importe la República, pero no que no os importe España. el sentido de la Patria [España] no es un mito».