Fray Diego Durán, Libro de los dioses y los ritos (1579)

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Junto con la obra de fray Bernardino de Sahagún, Historia de la conquista de la Nueva España (publicada en 1585), la obra de fray Diego Durán, Historia de las Indias de Nueva España e Islas y Tierra Firme del Mar Oceano (manuscrito finalizado en 1581, publicado en 1867), causa profunda admiración a todos los que desean conocer cómo fue el encuentro entre las civilizaciones mexica y europea, cómo era la vida y los valores de los pueblos que habitaban en América Central y cómo vivieron la conquista y su lucha por defender su civilización, su posterior pérdida y la formación de una nueva cultura mestiza.

El manuscrito de fray Diego Durán está compuesto de tres partes: la historia “de la nación mexicana y de sus proezas y de la desastrada suerte que tuvo y fin” (1581), el libro de los dioses o “historia y relación de los ritos y sacrificios” (1579) y el calendario antiguo (1579). Parece ser que fray Diego Durán eligión este orden en su manuscrito, aunque el cronoloógico es el indicado entre paréntesis (ver artículo, p.233). Los entrecomillados recogen la manera en que el autor se refería a cada una de las partes del manuscrito (tomo II, p. 60 ed. 1880 de Ramírez y tomo I, p. 485 ed. 1867, respectivamente). Suele editarse en dos volúmenes, agrupando la segunda y tercera partes en el volumen dos.

La obra de fray Diego Durán forma parte de un debate historiográfico denominado ‘La Crónica X’ iniciado en 1945 por Robert Barlow en su conferencia titulada La ‘Crónica X’: versiones coloniales de la historia de los mexica tenochca. Barlow sentó las bases para establecer la vinculación estructural de cinco fuentes:

  1. El volumen correspondiente a Historia de la Historia de las Indias de Nueva España e Islas y Tierra Firme del Mar Oceano de fray Diego Durán (1581),
  2. Historia de la venida de los indios a poblar a México de las partes remotas de Occidente los sucesos y perigrinaciones del camino a su gobierno, ídolos y templos de ellos, ritos, ceremonias y calendarios de los tiempos, conocido también como el «Manuscrito Tovar», de Juan de Tovar (1585),
  3. Relación del origen de los indios que habitan esta Nueva España según sus historias, conocido como el «Códice Ramírez» (1588),
  4. El libro VII de la Historia natural y moral de las Indias de José de Acosta (1590) y
  5. La Crónica mexicana de Hernando Alvarado Tezozomoc (1598).

(*) Sobre las fechas de publicación de los cinco libros que figuran entre paréntesis, ver Luis Leal, El códice Ramírez.

Según el dictamen de Robert Barlow de 1945, las obras números 2, 3 y 4 no serían sino variantes de una versión corta de la obra de Durán, con lo que el problema se reducía a dar con la fuente única a partir de la que se habrían originado las obras de Durán y Tezozomoc. A esta supuesta obra perdida Barlow la denominó Crónica X y consideró que debía haber sido escrita en lengua náhuatl, por un indígena, entre los años de 1536 y 1539, y que iba acompañada de dibujos.

De hecho la obra de Durán recoge múltiples referencias a una ‘historia’ que le sirvió de base para su manuscrito, por ejemplo esta mención en el cap. 44 del tomo I ‘Dado que el que traduce alguna historia no esté más obligado de volver en romance lo que halla en extraña lengua escrito, como yo en esta hago‘ y en el cap. 67 del tomo I: ‘Se empezaron las exequias, sin más detenerse, las cuales exequias y ceremonias dejo ya contadas en los capítulos de· atrás donde se podrán ver, aunque tomarlas a referir aquí téngolo por prolijidad; y así pasaré adelante, dado que la historia las toma a contar aquí por extenso‘.

En 1953, Luis Leal establece las siguientes conclusiones en su artículo El códice Ramírez:

Hacia 1573 el rey Felipe II despachó para que de la Nueva España escribieran al Consejo lo que se hallara digno de saberse sobre las costumbres, ritos y ceremonias de los antiguos mexicanos. Gobernaba entonces en México don Martín Enríquez, quien, al recibir el despacho del Rey, mandó juntar las pinturas y demás documentos que los indios de México, Texcoco y Tula tuvieran en su poder. Envió los papeles al P. Tovar, encargándole que escribiera alguna relación para enviarla al Rey. Con la ayuda de los indios, Tovar interpretó las pinturas y escribió entre 1573 y 1575 una historia “bien cumplida”. De esta relación, enviada al Rey con el doctor Portillo, no quedó copia en México, y hasta hoy no se sabe su paradero.

Usando las mismas pinturas de los indios, el P. Durán escribió una extensa historia sobre el mismo tema, dando fin a su obra en 1581. Muere siete años más tarde, sin ver publicada su obra; sus papeles pasan a manos de Tovar.

Hacia 1586 el P. Acosta se hallaba en México, y para el año siguiente ya lo encontramos de vuelta en España. Tal vez antes de partir encargó al P. Tovar que le escribiera algo sobre las antigüedades de los mexicanos. El P. Tovar, valiéndose del manuscrito del P. Duran, pues ya no podía consultar las pinturas de los indios, escribió hacia 1588 una “Historia mexicana”, enviada a España al P. Acosta e incluida, en 1590, en el libro VII de la Historia natural y moral.

El manuscrito enviado a Acosta, o una copia sacada de él, fue a parar a Inglaterra, donde se publicaron los primeros 26 folios, en edición al cuidado de Thomas Phillipps (Londres, 1860).

De esta segunda historia del P. Tovar no hay duda que quedó copia en México, pues la menciona Torquemada en su Monarquía indiana (1615). Sin embargo, esa copia permanece en el olvido hasta 1856, año en que don José Fernando Ramírez la descubre por casualidad. La primera edición completa aparece en 1878, junto con la Crónica mexicana de Alvarado Tezozomoc, otra obra que había permanecido inédita, y que también fue sacada de las mismas pinturas que tuvieron en sus manos Tovar y Durán.

En nuestro concepto, el Códice Ramírez no tiene el relieve que le atribuían Orozco y Berra y Chavero; es menos importante, nos parece, que la Historia del P. Durán y que la citada Crónica mexicana de Alvarado Tezozomoc, obras más extensas y mejor documentadas. En cambio, el Códice Ramírez fue, de las tres obras, la primera que dio a conocer, a través de la Historia natural y moral del P. Acosta, la verdadera historia de los antiguos mexicanos.

La primera mención que tenemos de la obra de Durán, la Historia de la fundación y discurso de la provincia de Santiago de México, de la Orden de predicatores, por las vidas de sus varones insignes y casos notables de Nueva España, escrita por fray Agustín Dávila Padilla, segunda edición publicada en Bruselas en 1625 (primera edición Madrid 1596), dice en su página 651:

F. Diego Durán, hijo de México, escribió dos libros, uno de historia, y otro de antiguallas de los Indios Mexicanos, la cosa más curiosa que en esta materia se ha visto. Vivió muy enfermo y no le lucieron sus trabajos, aunque parte de ellos están ya impresos en la Filosofía Natural del padre Joseph Acosta, a quien los dio el padre Juan de Tovar, que vive en el Colegio de la Compañía de México. Murió este padre año de 1588.

El debate sobre la hipótesis de un manuscrito inicial escrito en náhuatl todavía no ha llegado a una conclusión sólida. Es muy interesante este artículo de Clementina Battcock, La Crónica X: sus interpretaciones y propuestas (2018).

Más información:

Fray Diego Durán, Libro de los dioses y los ritos (1579)
(desde el siglo XIX, en las ediciones de la Historia de las Indias de Nueva España e Islas y Tierra Firme del Mar Oceano, suele incluirse esta obra como capítulo 79 y siguientes o bien como segundo volumen de la Historia)

Prólogo

Me ha movido, cristiano lector, a tomar esta ocupación de poner y contar por escrito las idolatrías antiguas y religión falsa con que el demonio era servido antes que llegase a estas partes la predicación del santo evangelio, el haber entendido que los que nos ocupamos en la doctrina de los indios nunca acabaremos de enseñarles a conocer al verdadero Dios si primero no fueren raídas y borradas totalmente de su memoria las supersticiosas ceremonias y cultos falsos de los falsos Dioses que adoraban, de la suerte que no es posible darse bien la sementera del trigo y los frutales en la tierra montuosa y llena de breñas y maleza sino estuviesen primero gastadas todas las raíces y cepas que ella de su natural producía.

Esto está claro por la naturaleza de nuestra fe católica, que como es una sola, en la cual está fundada una Iglesia, que tiene por objeto a un solo Dios verdadero, no admite consigo adoración ni fe de otro Dios, porque cualquier otra cosa que crea el hombre que contradiga a la fe pierde el hábito de la misma fe y aunque le parezca que cree los artículos de la fe católica, engáñase, que no los cree por fe cristiana sino por fe humana, o porque lo oyó decir a otro, y de la manera que el moro cree su ley y el judío la suya, cosa cierto que es mucbo de tener en muchos de estos indios que, como no están aun acabadas del todo las idolatrías, juntan con la fe cristiana algo del culto del demonio, y así tienen tan poco arrayada la fe, que con la misma facilidad que confiesan y creen en un Dios, creyeran en diez si diez les dijesen que son.

Una, entre otras causas, es la falta del cimiento firme de la fe católica, por que en los tales no es sino fe humana y esto no se puede echar totalmente a su rudeza y brutalidad, aunque no deja de ser alguna causa de esta flojedad en la fe; pero si consideramos que en España hay otra gente tan ruda y basta como ellos, o poco menos, como es la gente que en muchas partes de Castilla hay, conviene a saber, hacia Sayago, las Batuecas y en otros muchos rincones de provincias, donde son los hombres de juicios extrañamente toscos y groseros y sobre todo faltos de doctrina, mucho más que estos naturales; pues a estos cada domingo y fiesta se les enseña la doctrina y se les predica la ley evangélica y a aquellos acontece no oir un solo sermón en la vida, en muchas partes, y con todo eso vereis un hombre de aquellos, harto de andar en el campo, que no tiene más juicio para distinguir ni entender qué tamaño tenga una estrella, sino que dice que es como una nuez y que la luna es como un queso, y con toda su rudeza se dejará hacer pedazos primero que dudar en un artículo de la fe: si les preguntais porqué Dios es uno y trino responden que por que sí, y si les preguntais porqué no son cuatro personas sino tres, responden que porque no, y con estas dos razones, porque sí y porque no, respouden a todas las dudas y preguntas, de la fe, creyendo firmemente aquello que les enseñaron sus padres y lo que tiene y cree la Santa Madre Iglesia.

Esto es argumento que en aquellos esta la fe firme y su fundamento y en estos que tan fácilmente se mudan y dudan y creen en uno y en otro, y si cíen doctrinas les predicasen todas las creerían, es argumento que no esta el cimiento de la fe firme, y así es necessario perpetuamente enseñársela; y con todo eso, al cabo del año, para oonfesarlos la cuaresma, la han de aprender de nuevo por medio del sacerdote y luego apartados de allí la olvidan instantáneamente.

Y aunque esta causa que he dicho de parte de la fe, que es la fundamental y total de no creer su Dios quien adora a otro Dios, es general en todos los hombres y naciones del mundo. Hay otra particular de parte de la condición de los indios, más que en otras naciones, por ser la gente más mísera y menos osada a dejar su modo y costumbres y ceremonias que el mundo tiene, que aunque crean y claramente vean que es engaño y falsedad lo que creían en tiempo de la gentilidad, con todo eso el temor y cobardía natural les hace no arrojarse, a dejarlo, y me hace creer esto el ver que no solamente en lo que toca al culto de Dios, pero aún también en las cosas necesarias a la vida humana tienen esta misma cobardía y miedo, pues a trueque de no entrar a ganar tres reales que le da un español de jornal cada semana, por andarse de tianguez en tianguez [de mercado en mercado] rescatando cosas que apenas valen veinte cacaos, da él cuatro reales al español por que le deje ya libre a su jacalejo o choca y acontece trabajar los cuatro dias de la semana y el viernes, o el mismo sábado, a trueque de verse fuera del español, huirse y deiar perdido su jornal; lo cual yo he mirado en largo tiempo a qué lo pueda atribuir; y de la larga experiencia que tengo de su trabajo y aflicción hallo, que común y universalmente es la causa tener la imaginatiba tan lastimada y enflaquecida, con tanto miedo, que todas las cosas que no tienen muy tratadas y conocidas las aprenden como dañosas y temerosas, así como las fieras cuando son acosadas, que todo les amedrenta y hace huir.

Bien nazca esto de su miseria natural, bien de su complexion triste y melancólica y terrestre, bien nazca de que el gobierno que tenían, aunque en parte era muy político y bien concertado, pero en parte era tiránico y temeroso y lleno de sombra de castigos y muerte y unos a otros se tenían poca lealtad, sino era por miedo de castigo, y después que llego la fe creció esta sombra sobre manera, que jamas han esperimentado sino muertes, trabajos, molestias y todo género de aflicción; todas las cuales cosas juntas ayudan a acobardarles y a atemorizarles para que no osen arrojarse a fiarse de nosotros, ni a creernos ni a dejar lo que ya se tienen conocido y sabido y en que vivieron sus antepasados y en lo del culto de Dios y en el recibir de los sacramentos, no osan fiarse de Dios, ni arrojarse a buscar el bien de su alma, por un levísimo miedo; y así dejan de confesarse muchos, por miedo de que los ha de reñir el confesor; otros no osan comulgar por miedo de la obligación que toman de vivir un poco más con cuidado de no pecar; y esto aunque sean mandados.

Y así destas y de otras cosas colijo (lo que arriba dije), que jamás podremos hacerles conocer de veras a Dios, mientras de raíz no les hubiéremos tirado todo lo que huele a la vieja religión de sus antepasados; así por que se corrompe el hábito de la fe, habiendo alguna cosa de culto o fe de otro dios, como estar estos tan temerosos de dejar lo que conocen, que todo el tiempo que les dure en la memoria han de acudir a ello, como lo hacen cuando algunos se ven enfermos o en alguna necesidad; que juntamente con llamar a Dios acuden a los hechiceros y médicos burladores y a las supesticiones e idolatrias y agüeros de sus autepasados; pues visto esto he entendido, que aunque queramos qaitarles de todo punto esta memoria de Amalech, no podremos, por mucho trabajo que en ello se ponga, sino tenemos noticia de todos los modos de religión en que vivían, porque a mi pobre juicio no creo que hay hoy cosa en el mundo de trabajo mas baldío, que ocuparse toda la vida el hombre trayendo siempre entre las manos lo que no entiende, teniendo tan estrecha necesidad de saber de raíz los antiguos engaños y supesticiones, para evitar que esta misserable y flaca gente no mezcle sus ritos antiguos y supesticiones con nuestra divina ley y religión cristiana; porque son tantos y tan enmarañados y muchos de ellos frisan tanto con los nuestros, que están encubiertos con ellos, y acaece muchas veces pensar que están habiendo placer y están idolatrando y pensar que están jugando y están echando suertes de los sucesos delante de nuestros ojos, y no los entendemos, y pensamos que se disciplinan y están sacrificándose, porque también ellos tenían sacramentos, en cierta forma, y culto de Dios que en muchas cosas se encuentra con la ley nuestra, como en el proceso de la obra se verá.

Y así erraron mucho los que con buen celo (pero no con mucha prudencia) quemaron y destruyeron al principio todas las pinturas de antiguallas que tenían; pues nos dejaron tan sin luz, que delante de nuestros ojos idolatran y no los entendemos en los mitotes, en los mercados, en los baños y en los cantares que cantan, lamentando sus Dioses y sus señores antiguos, en las comidas y banquetes y en el diferenciar de ellas, en todo se halla supestición e idolatria; en el sembrar, en el coger, en el encerrar en las trojes, hasta en el labrar la tierra y edificar las casas; y pues en los mortorios y entierros y en los casamientos y en los nacimientos de los niños, especialmete si era hijo de algún Señor, eran extrañas las ceremonias que se le hacían, y donde sobre todo se perfeccionaba era en la celebración de las fiestas: finalmente, en todo mezclaron superstición e idolatria, hasta en irse a bañar al río tenían los viejos puesto escrúpulo a la república, si no fuese habiendo precedido tales y tales ceremonias, todo lo cual nos es encubierto por el gran secreto que se tienen y para averiguar y sacar a luz algo de esto, es tanto el trabajo que se pasa con ellos, cuanto experimentará el quo tomare la misma empresa que yo y al oabo descubrirá de mil partes la media.

Adviertan pues los ministros que trabajan en su doctrina cuán gran yerro es no tener cuenta con saber esto, porque delante de sus ojos harán mil escarnios a la fe, sin que lo entienda: esto se ha experimentado bien estos días, descubriendo muchas solapas de que no había recelo ninguno; pues el que quisiere leer este libro hallará en él la relación do todos los principales Dioses que esta ignorante y ciega gente antiguamente adoraban, los cultos y ceremonias que se les hacían en toda esta tierra y provincia mexicana: hallarán también la cuenta de los días, meses y semanas y de los años y el modo de celebrar las fiestas, y tiempos en que las celebraban con otras cosas de avisos que el curioso lector hallará en esta obra, que para este fin tengo escrita; y si el provecho fuere poco, al menos no lo fue mi celo y deseo con que lo ofrezco.

Fray Diego Durán, Prólogo al Libro de los dioses y los ritos (1581)