Desde finales del siglo XIX hasta los años treinta del siglo XX, el panorama editorial que presentaba Madrid experimentaba un importante y considerable auge. Ello fue debido, en parte, a la acción modernizadora de la Institución Libre de Enseñanza y la Junta para Ampliación de Estudios, y de ésta el Centro de Estudios Históricos que, presidido por Ramón Menéndez Pidal, emprendía aventuras editoriales basada en el rigor científico.
De entre los muchos proyectos editoriales emanados del Centro de Estudios Históricos, hoy vamos a tratar de la colección Clásicos Castellanos. Se trata de ediciones de obras de la Literatura española, publicadas entre 1910 y 1935, realizadas con la metodología y el rigor filológico del Centro de Estudios Históricos, puesto que los responsables de estas ediciones son eminentes filólogos formados en este organismo institucionista y colaboradores asiduos de éste. No en vano, la escuela pidalina forma filólogos que son al mismo tiempo historiadores y críticos literarios.
El proyecto fue comenzado por dos discípulos de Menéndez Pidal, considerados como la mano izquierda y derecha del maestro: Américo Castro y Tomás Navarro Tomás. Ambos tuvieron como propósito iniciar una importante empresa editorial: la creación de una «biblioteca» de textos clásicos españoles, publicándolos según el criterio y rigor filológico aprendido directamente del magisterio de Menéndez Pidal.
La editorial desde la cual se iba a publicar esta colección estaría respaldada por una empresa ya consolidada, la publicación hemerográfica La Lectura (Revista de Ciencias y de Artes) (1901-1920), tribuna de opinión de un determinado sector de jóvenes liberales y para-institucionalistas desde cuyas páginas expresaban sus ideas sobre cuestiones de reciente actualidad. Fue su director el gijonés Francisco Acebal (1866-1933), hombre formado en la Institución Libre de Enseñanza en la que se distinguió como uno de los más talentosos y entusiastas continuadores; por su constante relación con Giner de los Ríos, y particularmente con José Castillejo, colaboró con asiduidad en la Junta para Ampliación de Estudios, en la que desempeñó el cargo de vicesecretario. Los jefes de redacción de La Lectura fueron el diplomático Julián Juderías, de 1913 a 1917, y el pedagogo Domingo Barnés, de 1918 a 1920, miembro de la denominada «segunda promoción» de institucionistas o también «hijos de Giner». El proyecto de La Lectura quedaba enmarcada por dos ambiciosas empresas culturales, la predecesora La España Moderna (1889-1914) y por la Revista de Occidente (1923); las tres tras crear, primera- mente, una revista, generaron de forma dependiente de ésta una editorial.
En palabras del propio Tomás Navarro Tomás: ‘El plan era que Castro y yo, que aún no habíamos hecho oposiciones ni ganado plaza, nos dedicáramos plenamente a ir dando cada uno dos o tres volúmenes anuales para la colección. La idea respecto a la selección de obras y autores, tipo de comentario en notas y prólogos y hasta tamaño de libro y clase de papel se fue madurando en las reuniones nocturnas que celebrábamos con Acebal, en su casa de la calle de Lista cerca del paseo de la Castellana, Felipe Clemente de Velasco que era el propietario de La Lectura, Américo Castro y yo’.
Impresos en papel pluma, los libros ofrecían una estimable combinación de erudición filológica y divulgación textual. Este empeño editorial se anunciaba en una hoja suelta, un boletín informativo, en el que se detallaban los propósitos de esta «biblioteca» de obras clásicas de la Literatura española: ‘mediante ediciones de moderna traza que sumen estos tres esenciales elementos: perfección técnica, esmero material y extraordinaria baratura’.
Al emprender esta publicación se proponían no sólo difundir nuestra riqueza literaria en volúmenes de formato moderno, como ya era usual y corriente en países como Francia, Inglaterra, Alemania o Italia; sino que estos textos se convirtieran en ediciones claras, correctas, con una precisión y conciencia filológicas. Era la explicación y «praxis» de los objetivos aprendidos por una generación en el Centro de Estudios Históricos alrededor de don Ramón Menéndez Pidal. La novedad que presentaba esta colección de Clásicos Castellanos consistía más en la forma de realizar el trabajo (fijación del texto, anotaciones e introducciones) que en el hecho de publicar determinadas obras. En el citado boletín de información se expresa la declaración de principios editoriales y de propósitos filológicos:
LOS TEXTOS de nuestra Biblioteca será reproducción de ediciones princeps y, siempre que sea posible, de los manuscritos originales, inspirándose, en lo que concierne a la ortografía de los autores más antiguos, en un escrupuloso criterio que armonice el respeto debido a las últimas investigaciones críticas y filológicas con la facilidad y aún la conformidad de la lectura para todos.
LAS NOTAS puestas al pie de cada página tienden a aclarar, con la parquedad y sencillez posible, las dificultades de mayor bulto que ofrezca el texto. Se servirán estas Notas de ejemplos sacados del vocabulario del mismo autor, o de un autor del mismo tiempo, para comentar filológica o literalmente el pasaje difícil o la frase obscura. En otro caso se recurrirá a la explicación meramente histórica.
LAS INTRODUCCIONES que acompañarán a cada obra han de estar asimismo encaminadas a la difusión de nuestras joyas literarias y comprenderán, por consiguiente, con mucha sobriedad, las más esenciales noticias sobre la vida y las obras de cada autor. En los casos en que el interés de los problemas suscitados lo aconsejara o lo impusiera, la Introducción será, no sólo el esbozo bibliográfico, sino, además, estudio de la significación del autor, o de la obra, considerados en relación con su tiempo.
La sucesiva publicación de obras clásicas, iniciada por Tomás Navarro Tomás y Américo Castro, comportó por cuestiones profesionales y personales de éstos la colaboración de otros filólogos formados directamente por Menendez Pidal o dependientes de otras secciones del Centro: el propio don Ramón, Federico de Onís, el escritor director teatral Cipriano de Rivas Cherif, Vicente García de Diego, el dialectólogo Matías Martínez de Burgos, Gómez Ocerín, Samuel Gilí Gaya, valioso colaborador de Navarro Tomás, el tempranamente malogrado por la muerte Antonio García Solalinde, José Moreno Villa poeta y creador y colaborador en la sección de Arqueología, Pedro Salinas poeta-profe- sor, el investigador literario José Fernández Montesinos, Manuel Azaña futuro presidente de la Segunda República Española.
A esta nómina se fueron añadiendo, por la necesidad imperativa que tenía la editorial de seguir con la publicación de los anunciados títulos «en preparación», una serie de figuras del mundo literario español e hispanoamericano, eruditos de diversa formación investigadora, críticos, historiadores y profesores extranjeros que continuaron sui generis la colección de Clásicos Castellanos: Víctor Said Armesto, Narciso Alonso Cortés, Federico Ruíz Morcuende, Ramón M. Tenreiro, José R. Lomba y Pedraja, J. Domínguez Bordona, José M. Salaverría, Francisco Rodríguez Marín, que aportaba la apostilla prestigiosa «de la Real Academia Española», el jesuíta secularizado Julio Cejador y Frauca, Agustín Millares Cario, paleógrafo, el erudito Pedro Sáinz Rodríguez, el historiador Ángel Valbuena Prat, Agustín Cortina, profesor argentino, el escritor mejicano Alfonso Reyes, el presbítero José M. Aguado y el agustino P. Félix García. Ello comportó, además, una nueva idea de «obra clásica», ya que por tal no solamente eran considerados los textos de la época medieval, los de los Siglos de Oro y los del período ilustrado de nuestra literatura, sino que a lo largo de los ciento cinco volúmenes publicados, progresivamente y sin muestra de ruptura, bajo esta concepción nueva fueron apareciendo obras del período final del Romanticismo y de la época última del siglo xx, de autores contemporáneos ya consagrados, ya «clásicos».
El texto anterior está extractado de ‘PROPÓSITOS FILOLÓGICOS DE LA COLECCIÓN CLÁSICOS CASTELLANOS DE LA EDITORIAL LA LECTURA (1910-1935)‘, Antonio Marco García, Universidad de Barcelona, ponencia en el X Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas (Barcelona, agosto de 1989).
Puede verse una ‘Biografía de La Lectura (1901-1920)‘ de Luis S. Granjel, en el número 272, páginas 306-314, de Febrero de 1973 de la revista Cuadernos Hispanoamericanos.
Enlace a la Colección Clásicos Castellanos 50.